La minería es una
actividad económica muy importante para el desarrollo de toda comunidad porque
además de proveer la materia prima con la cual funcionan muchas empresas del
sector industrial, son una fuente de trabajo para miles de personas. El
problema es que, si esa actividad no se desarrolla de manera responsable, se convierte
en otro factor que propicia, entre otras cosas, los conflictos sociales y la
destrucción del medio ambiente. Todos guardamos en nuestra memoria la historia
de sangre que escribieron los españoles sobre estas tierras con el trabajo de
los negros y los indios, pero hay que mirar el presente para darnos cuenta lo
poco que han cambiado las cosas por cuanto, los nuevos esclavistas vuelven por
esta América con sus trasnacionales a prometernos espejitos de progreso, a
cambio de los recursos naturales. Nuestras elites, por su parte, siempre han
estado dispuestas a venderle nuestra alma al diablo, y a abrirles las puertas a
los saqueadores, con tal de sacar sus propias ganancias. Pero en las ultimas
décadas el proceso se ha acentuado con la implantación del modelo neoliberal;
Gaviria por ejemplos nos trajo la dichosa apertura económica; Uribe no dudó en
rodear a las trasnacionales de garantías y exención de impuestos, con su teoría
de la confianza inversionista; y el señor Santos nos sale ahora con el cuento
de la activación de las locomotoras y sus dichosos TLCs. Total, la misma receta
que ha traído como consecuencias el robo de nuestros recursos, la baja de los
salarios, el desmantelamiento del precario Estado de Bienestar que teníamos y
la entrega de las empresas nacionales a la lógica de los capitalistas (y todo
disque para aumentar la eficiencia y prevenir la corrupción).
Ahora bien, como
la voracidad no tiene límites, la oligarquía se ha propuesto liquidar la
denominada “minería ilegal” para dejar en posición de máxima ventaja a los
grandes pulpos económicos y para poder hablar de crecimiento económico con sus locomotoras.
Así, de paso nos ocultan que ellos son los máximos contaminadores y
expoliadores de la tierra. Claro está que no pretendemos justificar la
informalidad en la minería porque sus consecuencias están resultando
desastrosas. Bajo la ilegalidad se crean focos de prostitución y violencia, se
produce la destrucción de nuestros entornos naturales, se presenta una sobre
explotación laboral y al final la ganancia se la quedan las grandes compañías. Pero
para no dejar las cosas en el aire veamos dos casos concretos del Valle del
Cauca. En la mina de Zaragoza, que estaba en el municipio de Dagua y funcionó
durante mucho tiempo a la vista de las autoridades, los mineros dejaron un
aterrador paisaje porque metieron las retroescabadoras al río, destruyeron
parte del bosque para construir cientos de cambuches, contaminaron el agua y
socavaron las bases de la carretera al mar. Además, como ya forma parte de la tradición
universal en ese tipo de eventos de fiebre
del oro, se produjeron distintas manifestaciones de violencia.
El otro caso
que deseo reseñar es el relativo a las minas del sector de Peñas Blancas en los
Farallones de Cali porque ya está visto que dejará para el futuro un problema
de enormes proporciones. Hace un año estalló el escándalo, subió el señor
alcalde Jorge Ivan Ospina, la policía, la prensa, la televisión y se
prometieron en tono enérgico acciones judiciales, pero más allá de eso no pasó
nada, por el contrario, según informes de los moradores del sector, la
actividad minera continúa y va en aumento. El problema es que los caleños no le
están prestando la debida atención a este asunto porque esa actividad se
desarrolla en las estribaciones de la cordillera y porque desconocen cómo
funciona la extracción del oro. Allá en la lejanía los mineros tumban el
bosque, para sacar la madera y abrir el espacio de trabajo, muelen la tierra
con agua, le aplican cianuro y mercurio para separar el valioso metal del lodo y
dejan toneladas de desperdicios que seguirán contaminando el entorno natural durante
cientos de años, si no son retirados a tiempo. El agua que utilizan los
mineros, para sus desechos personales y laborales va a dar al rio Felidia y
este afluente, juntos con otros, son los que nutren al rio Cali, que alimenta
la planta de tratamiento del acueducto de San Antonio. En un estudio que
realizaron técnicos de la CVC en marzo del 2011 sobre las aguas que provienen
de las Minas del Socorro se dice lo siguiente: “Los resultados evidencian
actividad minera aurífera reciente, por la presencia de cianuro en el agua, el
cual en tiempos cortos pasa al aire y sólo si el vertimiento es reciente se
detecta en el agua. Adicionalmente las concentraciones de mercurio en el agua y
el sedimento, exceden los valores límites establecidos por la normatividad
nacional e internacional respectivamente para las dos matrices.” La situación
es muy grave pues como decimos la actividad minera continúa y los efectos de la
contaminación generada en el pasado y en el presente se prolongarán en el tiempo,
impactando las aguas, el aire y la tierra.
No olvidemos que alrededor de la cuenca
del rio Cali, a más de los procesos biológicos, se articulan los pobladores de
varios corregimientos que desarrollan tareas agrícolas, turísticas e
industriales. De manera que será necesario evaluar con cautela cómo esas
sustancias pueden impactarnos pues, aunque muchos no lo saben el cianuro y el
mercurio, destruyen la fauna y en dosis pequeñas van produciendo en los humanos
alteraciones en la salud a lo largo de los años, entre ellas deformaciones
genéticas y patologías siquiátricas.
En conclusión podemos
decir que: si la minería no se desarrolla de manera adecuada y bajo la estricta
vigilancia de las autoridades, a la postre las trasnacionales serán las que
saquen las ganancias y nos dejen la destrucción de los recursos naturales y la
afectación de nuestra salud.