miércoles

LAS NUEVAS PALABRAS PARA MAQUILLAR LOS NUEVOS "TRABAJOS DE MIERDA"

 

Llegan las carreras profesionalizantes que utilizan las palabras-gancho: innovación, emprendimiento y tecnología, para seducir a jóvenes que serán los nuevos peones del mercado


Hoy cuando creemos que tener dinero y máquinas o equipos tecnológicos son signo de progreso y bienestar, vale la pena detenerse un momento en ellos para evaluar cómo es que viene evolucionando una aparte de nuestra realidad.

Desde hace miles de años sabemos que la riqueza es posible lograrla por tres vías, por medio del robo en las guerras de conquista, a través del uso legal del Estado, digamos capturando trabajo ajeno (plusvalía) y por medio del uso del conocimiento.

Naciones como los Estados Unidos, Inglaterra o Alemania son ricas y poderosas no porque les llegara del cielo lo que tienen. Se lo deben a lo que acumulan en cada guerra, a la imposición de sus visiones de legalidad a otros países y también porque tienen ciudadanos que le han dedicado siglos enteros a estudiar, entre otras cosas, los procedimientos de control, transformación y explotación de la naturaleza.

Colombia no ha dejado de comportarse como una colonia, vivimos siempre pegados de la cola de las potencias, esperando que ellos nos digan qué hacer, cómo pensar y qué temas estudiar. Nos la pasamos pidiendo unas migajas de ayuda con un pretexto u otro, sean estos la guerra, la paz, las calamidades socio-naturales etc. Lo más chistoso es que en los medios de comunicación con sus falsas noticias sobre las novedades tecnológicas, nos pintan como si ya fuésemos un país desarrollado, dignos del club de la OCDE, pero solemos hacer malas inversiones, no leemos libros, ni dejamos de ser simples consumidores de adornos, motos, carros último modelo y sobre todo espejitos digitales. En efecto, ya vamos como borregos caminando pegados de los celulares, viendo como nos echamos el cuento en las redes suciales y en el sistema educativo de que somos integrantes activos de la posmoderna “La sociedad del conocimiento”. Esta es una tendencia tan deshumanizante que nadie quiere charlar con el otro en el bus o en el restaurante, por estar mirando una pantalla y para evitar el trato con las personas. Los tecnócratas se ingenian en las oficinas los más engorrosos formularios digitales imaginables, donde los individuos somos tratados como simples códigos del Excel. Pero una cosa es convertir en fetiches los objetos tecnológicos que producen otros países y otra muy distinta sería ser capaces de crear la tecnología que vaya acorde con nuestras propias necesidades y objetivos.

En el plano personal sucede lo mismo. Hay riquezas que se logran en la guerra o con mañas de mafiosos, también conocemos los que con el descaro de la legalidad que crean, consiguen explotar a la gente o utilizar al Estado en su beneficio (como los que pusieron la ley 100, los Abudines de siempre) y también existen las personas que en lugar de dedicar sus recursos en las boberías de moda o el jolgorio permanentes, ahorran para invertir en sus inquietudes intelectuales y estudian especialidades de alto significado social como hacen los médicos, los ingenieros y tantos otros. Son los denominados poseedores de “capital cultural”.


De mis primeras pinturas


Ahora que pulula el negocio de las carreras profesionalizantes que utilizan las palabras-gancho de innovación, emprendimiento y tecnología para seducir a los jóvenes que convertirán en peones de “trabajos de mierda” (David Graeber), bien vale la pena ver algo de historia…. Y aunque algunos harán muecas pensando que esa es una disciplina anacrónica, aún tiene mucho para enseñarnos sobre la humanidad. Desde los tiempos de las cavernas, es la sociedad la que determina si lo que hace un sujeto tiene alguna significación, sino fuera así el arte habría desaparecido hace mucho tiempo porque no se inventó para hacer dinero. Si el entorno social no está listo para reconocer el valor de un invento, el objeto y su creador pueden pasar rápidamente al olvido. Los hombres han inventado y olvidado Infinidad de cosas a lo largo de los siglos y no solamente en Grecia, también en la América. En la base del proceso creativo no está la iluminación sino un trabajo largo de ensayo - error y cuando un sujeto quiere resolver un problema a veces es más importante la actitud, su deseo profundo, que su aptitud porque para ello puede pedirle la ayuda a otro que sí tenga los conocimientos precisos.

Hacia finales de la Edad Media resurgió la idea de darle importancia individuo y por extensión aparece el humanismo renacentista. Empiezan a florecer las personas que firman sus obras de arte y los llamados genios creadores como Leonardo Da Vincy. Bajo esta tradición más adelante surge el liberalismo y se van a formar los más grandes inventores y revolucionarios del pensamiento occidental. Digamos que dentro de esa tradición los hombres comparten las siguientes características: tienen una visión analítica de la realidad circundante, pensamiento crítico, son inconformes y estiman que el mundo es perfectible, tienen apetito por el conocimiento en general y pueden ser dispersos incluso en sus intenciones (intentando una cosa hoy otra mañana) porque miran su existencia en el largo plazo, asumiendo riesgos y sin miedo a hacer el ridículo. Para ellos la creatividad es parte de su práctica diaria, una pasión en la que incluso pueden poner en peligro su propia existencia.

Por otra parte hace unas cuantas décadas apareció en las universidades y en nuestro vocabulario la vertiginosa moda que le rinde culto a los hacedores de dinero, la mentalidad del capitalista y la consecuente mercantilización del conocimiento. La teoría del emprendimiento, la creatividad y la innova$ión no es liberal, no busca el mejoramiento del mundo, es simplemente conservadora, ama el conformismo social. Ellos pueden ser profundamente pusilánimes, creen que todo el espacio material e inmaterial (costumbres, ideas y tradiciones) en el que vivimos, está lleno de infinitas oportunidades de negocio. De manera que todo es susceptible de ser comercializado y por lo tanto lo que tienen que hacer los profesores universitarios es orientar a las nuevas generaciones en ejercicios de salón que conduzcan a los objetivos precisos, eficientes y de corto plazo que les lleven a la creación de mercancías que “impacten” el mercado, es decir que produzcan ganancia rápida y segura.

Viene entonces la pregunta: ¿seguiremos la larga tradición buscando lo mejor para la humanidad o nos vamos por la senda del individualismo ramplón que no mide las consecuencias de sus actos sobre los demás, ni sobre el medio que nos rodea?