Cuando se funda un barrio, podemos decir que la historia
humanizadora comienza su andanada en una nueva porción del planeta. Las casas y
las calles bajo el influjo de mentes civilizadoras hacen retroceder las áreas verdes
de la ciudad. Los plantíos, los bosques y cientos de animales desaparecen para
dar lugar a nuevos espacios de asfalto y cemento, porque la especulación inmobiliaria
es la reina y señora de la modernidad.
Por aquellos días los recién llegados respiran felices contemplando
sus nuevas residencias, se siente el aire fresco del perímetro urbano, se mira
el futuro con optimismo y cada familia siembra las primeras maticas en su jardín.
Si están de buenas, los urbanistas habrán dejado una machita verde para el
parque donde correrán los niños tras la pelota y sus alegres cachorritos serán las
delicias de los padres.
Sin embargo, como no hay dicha completa, no faltarán los que
pondrán a fluir su rica imaginación para ver qué hacer con esa parte desocupada
del barrio. Así entonces se reúnen los fieles, que para expiar la culpa de sus
pecados propondrán la construcción de la iglesia. De paso destinar un área para
los juegos infantiles como el tobogán y los columpios, Luego como hay que
evitar que la feligresía se ensucie los zapatos mandan a construir los senderos
en cemento. Aaaa pero como a doña Marina se le abren los ojos viendo tanta
gente entrando al templo decide poner su venta de arepas. Los barrigones
perezosos corren a comprarle porque gracias a que la señora roba energía del
poste de luz, puede contar con una estufita lo más de linda. Lo maluco es que
cada día al final de la jornada deja su basura a un costado para que los de la
municipalidad se la puedan llevar, pero los perros siempre llegan primero…
Otro día los señores de la Junta, pensando en la juventud,
tienen la brillante idea de mandar a construir en ese espacio inoficioso una
cancha de baloncesto, con áreas de servicio en cemento. Mientras tanto el
sacerdote va craniandose la idea de tener un espacio para la casa cural. Algo a
lo cual no se opone los evangélicos ni los protestantes porque son minoría.
Poco tiempo después para atender los problemas acuciantes de
la “Movilidad” la alcaldía decide trazar sobre el parque una franja de asfalto
para apoyar a los ecologistas que demandaban una cicloruta. Con ello
aparecieron los “alternativos” con su gusto por la mariguana y los amigos de lo
ajeno. Las quejas entonces no se hicieron esperar y la junta envió una carta a
la policía para que construyeran una estación en el parque. Así fue, y, como si
los ladrones no trabajaran a pleno sol, al señor alcalde se le ocurrió la brillante
idea de mandar a poner luminarias cada 25 metros, para pagar con contratos sus
deudas políticas.
Andando el tiempo los cachorritos se hicieron grandes y el excremento
de perro cunde por doquier y los mariguaneros encuentran otro espacio para
hacer llanticas de humo, mientras los jóvenes policías en la estación, matan
sus horas chatiando y echando chistes. La junta de acción comunal por fin logra
construir el salón de reuniones con la ayuda de los vecinos y la alcaldía, se
adecuan espacios para parquederos, se le permite a don Jesus poner su venta de
obleas y se hacen planes para instalar los nuevos juegos mecánicos para los
catanos, porque aquellos que fueran los niños fundadores del barrio, ahora ya
tienen los achaques del corazón y sufren sobre peso.
Entre el pensar y el actuar por fortuna no ha habido un
lapso de tiempo largo. De manera que ya de aquella zona verde que otrora tuviera
como propósito el bienestar de la comunidad se ha convertido en otro espacio de
cemento, con sus áreas de microtráfico, el vicio, las ventas informales y el
orinal para los taxistas.
¿De que barrio se trata mi historia? ¡Adivínalo tú!