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DE LA INGENUIDAD A LOS IDEALES




Un aspecto interesante del idioma es que funciona sobre la base de las palabras, que son construcciones sociales que debemos conocer bien si queremos transmitir con exactitud nuestros deseos y pensamientos. La mayoría de las personas se apegan a las apariencias y por eso el énfasis se concentra en la ortografía, que es una imposición bastante arbitraria de la Academia, olvidando lo más importante, que es delimitarlas en su sentido para no caer en eso que le sucede por caso, al término “cultura”, que hoy significa “conocimiento sobre: cualquier asunto” (cultura política, ciudadana, Mio etc.).

Frente a la palabra ingenuidad, (que para ser atrevidos podríamos escribirla ingenuhidad, injenuidad o hingenuidad), bien vale la pena detenernos porque cuando se la utiliza hace referencia, de acuerdo con el diccionario, a aquel individuo que carece de malicia y para algunos es quien tiene ideales de niño, tanto que algunos la toman como un insulto, cercana tonto. 

Entonces, ¿Dónde estaría el límite entre tener ideales y ser ingenuo? Para responder el interrogante debemos empezar por decir que todos los ideales son respetables, siempre y cuando se tengan en cuenta las condiciones objetivas para su realización. Tomemos tres ejemplos de sujetos ingenuos. El que piensa que con el poder de su mente logrará apagar el sol, no es que sea un visionario, sino un ingenuo porque desconoce la poderosa realidad físico-química del astro rey. Un segundo ejemplo sería el del ciudadano que cambia su voto por un bulto de cemento y aún así cree y espera a que el país mejore. Y el tercer caso es el de una niña que acepta todas las promesas de amor eterno que un chico le pinta, para llevarla a la cama. De ahí que digamos “La ingenuidad es la madre de las lamentaciones y de la mayoría de los niños del mundo”.

Ahora bien, ¿Cómo prepararse para evitar la ingenuidad? En principio diríamos que no aceptando como verdad lo que dicen los demás e informándonos sobre todos los aspectos posibles de un asunto, antes de formarnos una opinión, pero estudiando textos serios y no con libros sagrados o de superación personal. Hay quienes consideran que la escolaridad ayuda a prevenirla, sin embargo se equivocan porque en los colegios y las universidades el énfasis se ha puesto es en la resolución de tareas, en la consecución, a toda costa de las titulaciones y no en el pensar. Tan es cierto que en las vacaciones y después de ser ya un profesional, las personas no vuelven a “estudiar”, si acaso toman por obligación, cursos de “actualización o capacitación” funcional. La racionalidad, el pensamiento analítico, y la malicia no aparecen de la noche a la mañana, sino que deben cultivarse de forma permanente desde los primeros años de la infancia hasta los últimos días de nuestra existencia porque la realidad es cambiante, los conocimientos son crecientes y siempre van apareciendo personas que quieren sacar provecho de los ingenuos y de nuestra ignorancia. Una cosa es estar en el sistema educativo e ir superando los peldaños y otra muy distinta aprender a aprender para pensar con algo de certeza.

Para redondear nuestras ideas diríamos que un ingenuo es aquella persona que no tiene autonomía analítica, acepta lo que le dicen los demás (teme al qué dirán y asume como propios los argumentos de los libros de superación personal), se cree sus mentiras y espera vanamente que sus sueños se hagan realidad.