Hay quienes piensan que los dramas
particulares son simplemente el producto de la mala fortuna de los individuos,
de su destino, pero si las examinamos detenidamente nos daremos cuenta que
muchas de ellas se entienden mejor si las enmarcamos dentro de los grandes
temas de la política. Para ilustrar mi idea quiero relatarles una de las
experiencias más dolorosas que he tenido como docente universitario.
Esto me sucedió el año pasado, cuando fui
testigo del llanto angustioso de una alumna que se desmoronaba impotente en su
lucha contra la adversidad. Ella era una chica valerosa que había hecho muchos
sacrificios para entrar a la universidad, pero tenía que enfrentarse día a día
con las secuelas que le había dejado una escolaridad de mala calidad, con la
prepotencia de algunos profesores y con el actual el sistema educativo que
funciona bajo la lógica de la competitividad. Para completar el cuadro, sus
padres, herederos auténticos de la inmediatez o de la miopía intelectual, sólo
querían que ella cumpliera con los roles de niña buena y que se pusiera a
trabajar. En consecuencia, era huérfana de cariño y para sus estudios no contaba
con un respaldo moral, no disponía de medios económicos, carecía de un espacio
adecuado y debía dedicar buena parte de su tiempo a las tareas domesticas, con
sus rituales de familia.
Es obvio que en tan terribles condiciones cualquiera
se derrumba tarde o temprano y, si por alguna razón esa persona logra continuar
con sus estudios, la presión social o familiar la llevaran a recurrir a toda
suerte de trapisondas con tal de conseguir el tan soñado titulo universitario. En
tales circunstancias ¿Qué clase de profesional llegará a ser y qué tipo de valores
morales le trasmitirá a la siguiente generación?
UN PROBLEMA POLÍTICO
Este caso particular, es tan solo uno entre
otros millones de historias que se podrían contar sobre cómo se echa a perder
la juventud colombiana, porque son muy pocos los que logran entrar a la
universidad, a miles les toca desertar y con grandes sacrificios solo un puñado
de ellos consigue graduarse. Lo que nos indican las estadísticas generales sobre la juventud, es que estamos frente a un problema político de enormes proporciones y de
graves consecuencias para el conjunto de la sociedad, pues la falta de
oportunidades redunda en marginalidad, desempleo, trastornos sicológicos, perdida
de referentes éticos, alcoholismo, drogadicción, y eso que llaman “delincuencia
juvenil”.
La mayoría de los ciudadanos hablan maravillas sobre la
importancia de la educación y los políticos se llenan la boca con frases tan
hermosas como esta: “La sociedad tiene la obligación de brindarle a la juventud
todas oportunidades para que cumpla con su deber fundamental, el deber de
estudiar”, pero en los hechos concretos muy poco se hace para que dicho
enunciado se haga realidad. Algunos creen que es un problema de falta de
recursos económicos, olvidando que, aun con dinero, la ignorancia difícilmente deja de
reproducirse de generación en generación y que el Estado colombiano se
encuentra en manos de los delegados de una oligarquía inescrupulosa. Esto
último es muy importante tenerlo en cuenta porque a la casta dominante, como ya
es evidente en la salud pública, no le interesa el bienestar de la sociedad
sino la defensa de sus intereses, las leyes del mercado y la mano de obra barata.
Por eso no es de extrañar que utilicen las instancias de poder como el Ministerio
de Educación, para modular quienes pueden estudiar y qué han estudiar. De esta
manera tenemos que para garantizar bajos salarios a la masa de peones solo se
le ofrece escolaridad de mala calidad, para formar obreros, "educación para el empleo",
para la clase media sumisa universidades públicas o de garaje y para formar la
élite dirigente universidades privadas. En este país está tan naturalizada la
diferenciación que hasta los pobres se alegran cuando les ofrecen ese hueso de
segunda categoría, llamada formación tecnológica del SENA, en lugar de exigir
con dignidad una educación universal, gratuita y de alta calidad.
En los últimos tiempos nos dicen que para
acceder a la buena educación y a los mejores puestos de trabajo, todos tenemos
los mismos derechos con la famosa meritocracia pero esa es una mentira
monumental porque es un disfraz que prolonga la reproducción de las
desigualdades ya que no todos somos hijos de padres educados, no es lo mismo
estudiar en las zonas urbanas que en las rurales y solo unos pocos gozan de las
ventajas de pertenecer a los estratos socioeconómicos altos.
EL PROFESORADO EN EL SISTEMA EDUCATIVO
Si bien el gobierno es el que traza los
lineamientos políticos en materia de educación, los profesores son los encargados
de hacer realidad dichas disposiciones y por lo general ejercen su oficio de
una forma tan servil y acrítica, que también están contribuyendo a la
destrucción de los sueños de la muchachada. En efecto, cuando los docentes
ponen en marcha el actual sistema educativo que está centrado en la
competitividad, con sus sistemas de evaluación, becas y premios materiales o
simbólicos, arrastran a la miseria espiritual a la mayoría de los estudiantes
al destruirles el deseo de aprender. Es por esto que Covington ha planteado en
su libro “La voluntad de aprender” que el miedo al fracaso es una de las causas
del aprendizaje irreflexivo y cuando se incita a los alumnos a rendir más que
los demás, ellos recurren a estrategias de pensamiento de nivel inferior, es
decir al aprendizaje memorístico (y a la trampa). La ansiedad degrada el funcionamiento intelectual hasta el punto de
que muchos estudiantes operan en un nivel de existencia casi totalmente
desprovisto de inteligencia.
En el entorno universitario es muy común que
a nombre de la ciencia y del famoso rigor científico, muchos profesores les
destrozan la moral a los jóvenes con su pedantería, mediante exámenes
imposibles y con una carga de deberes insostenible. A manera de ejemplo
bastaría con ver lo que acontece en una carrera como economía, porque los
docentes impulsados por el positivismo lógico, en lugar de enfocarla como una
disciplina social, se regocijan emborrachando a los estudiantes con el fetiche
de las matemáticas, hasta llevarlos a los extremos del estrés y la deserción. El
enfoque está tan herrado que es una paradoja que hoy los economistas, a pesar
del alarde de cientificidad no son capaces de asumir sus errores en lo teórico
ni en lo práctico. Cuando un ingeniero proyecta mal una obra y causa la muerte
de las personas, puede pagar su impericia con la cárcel, pero los economistas
cuando son corresponsables de las crisis y con ellas provocan la miseria de
millones de individuos, el suicidio y la angustia social, en lugar de enmendar,
siguen tan campantes como si nada, haciendo malabares con los datos, mostrando
gráficos estadísticos y repitiendo la eterna cantinela sobre las maravillas de
la economía de mercado.
PALABRAS FINALES
Es claro que si esta sociedad no endereza el
rumbo y rediseña sus instituciones para ofrecerle a la juventud oportunidades reales
de realización, seguiremos avanzando hacia el despeñadero. A las universidades tenemos
que recuperarlas del empirismo actual, para que vuelvan a ser centros de amor
al conocimiento universal y no simples entidades donde se fomenta el ascenso
social (el éxito) y se crean los profesionales que el sistema económico
requiere.
Todo parece indicar que en los próximos años los
debates nacionales girarán en torno de la educación, porque el presidente
Santos ahora quiere hacernos creer que correrán ríos de dinero para remediar en
algo nuestra aberrante historia de la exclusión y diferenciación social. Pero
me temo que en los hechos pocas cosas van a cambiar porque ya se puso en marcha
otra estrategia para modificar la ley 30 de forma inconsulta y en la cual no se
aprecian cambios sustanciales. Además ya es sabido que hacia donde fluyan los
recursos, hacia allá irán los arribistas, los habilidosos que saben manejar las
apariencias y los corruptos, tal y como hoy lo evidenciamos con los grupos de investigación,
las publicaciones indexadas y los proyectos de investigación.
Como he tratado de mostrar los dramas
individuales forman parte del contexto político general y aunque pareciera que poco podemos hacer por los jóvenes, todos deberíamos estar prestos a
ayudarles a sobrellevar sus pequeñas tragedias, para que no
caigan en la desesperación.