jueves

LOS CAMALEONES


Cuando veo a la mayoría de los políticos en la televisión y cuando miro con atención a los oficinistas, me acuerdo mucho del gran hombre de letras Antón Chejov, porque él no se dio el lujo de hacer malabares con historias anodinas o de escribir “Cuentos Peregrinos”, sino que, a parte de hablarnos de la Rusia de su tiempo, supo retratarnos muchos elementos propios de la naturaleza humana.
Para entender un poco lo que les digo, sugiero buscar en Internet sus cuentos, como Sala Numero Seis y en especial El Camaleón. (http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/ac.htm) En este último, narra la historia del inspector de policía Ochumelov, quien para calmar un alboroto causado por la mordedura de un perro a un borracho, trata de encontrar al verdadero culpable de haber dejado al canino suelto. Pero va justificando su discurso “sancionatorio” dependiendo de si le dicen que el animal es no del general Zhigálov, todo para intentar quedar bien ante el público que le rodea y ante sus superiores. 
El símil con hombres de la estirpe de Roy Barreras, Juan Losano, Rafael Pardo, Angelino y otros de los congéneres que nos rodean, es tan impresionante que pareciera como si la geografía y el tiempo no importaran. Seguramente es porque en todo grupo de personas no faltan los individuos carentes de principios, los que van adaptando sus opiniones, según las circunstancias, con tal de escalar posiciones. Por lo regular ellos son detestables porque siempre andan es esmerándose por mostrarse correctos, discretos, mesurados, neutrales y en ocasiones zalameros. Algunos llaman a eso virtudes diplomáticas y las confunden con sagacidad e inteligencia, porque hoy, en el camino hacia la conquista del éxito, poco importan los principios o caer en la hipocresía. En consecuencia ya no es raro que hayan personas que vean al otro, (sean familiares, amigos o enemigos) como un peldaño más pues, como bien nos lo enseñan nuestros ilustres presidentes: el fin justifica los medios. Además en un país como el nuestro, donde las oportunidades de realización son tan reducidas, es normal creer que de ellos éste siempre será el reino de los cielos, mientras a los irreverentes, los francotes, los no convencionales e incluso audaces innovadores o revolucionarios, les toca la marginalidad y el remoquete de locos fracasados. 
Digamos que así son las cosas en tiempos normales, pero ahora cuando nos aproximamos a las elecciones regionales y a la pugna por la rectoría de la Universidad del Valle, los lagartos se han alborotado de forma sorprendente. Ruedan las caretas, los politiqueros renuevan camisetas, ponen carita de santurrones en la mañana y en la tarde se reúnen con sus compinches a maquinar el golpe que darán al día siguiente. Cuando logran sus objetivos la verdad es que sentimos; una pizca de de envidia, puesto que consiguieron un empleo; un poco de coraje porque vemos cómo la famosa meritocracia es una burla por doquier; e incluso sentimos una rara dosis de lastima porque a pesar de verlos pavonearse muy perfumados tras su pequeño escritorio pasan a ser indignos seres arrodillados que se creen jefecitos de una minúscula porción del universo donde lo único que pueden hacer es fingirse importantes, ocupados y exitosos.
La cuestión entonces, para no sufrir las consecuencias de convertirnos en idiotas útiles de esos miserables personajes, en un período tan crucial como el presente es aprender a detectar sus siempre renovadas tácticas de camuflaje. Cuídese por ejemplo de quienes son incapaces de dar respuestas cortas a preguntas concretas, porque en las evasivas nos van tejiendo su telaraña de mentiras. Practique el escepticismo al máximo y no crea en promesas que no vengan precedidas de hechos concretos. Nunca de la espalda impunemente. Y, es triste pero real, no se fíe de nadie, incluso de los amigos, debido a que son ellos los que suelen proporcionarnos las más crueles decepciones, cuando de conquistar votos se trata. Claro uno entiende que haya personas que no escuchan consejos, pero no salgan luego a ocultarse tras la categoría sociológica de “electores desencantados” porque las malas decisiones las pagamos todos.


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