sábado

EL RÍO CAUCA, TODAVÍA PALPITA.

Mientras cientos de vallecaucanos padecen los estragos que han causado las crecientes del río Cauca en los últimos meses, otras personas contemplan la situación sin asombro e incluso viven eternamente agradecidas con el palpitar de nuestro principal afluente. Eso no debe extrañarnos, pues los individuos, en razón de las circunstancias tienen niveles de conocimiento y formas de pensar diferentes.
Empecemos por recordar que nuestra hermosa llanura, aquella a la que tanto le han cantado los poetas, es el fruto de una historia de millones de años de procesos geológicos. Pero, es más, si no fuera por los constantes desbordamientos, inundaciones y represamientos de nuestros ríos, ni tendríamos valle ni la fertilidad de la que tanto nos enorgullecemos. Es gracias a la fuerza de las aguas lluvias que millones de toneladas de materia orgánica, piedras y arena bajan hacia Cauca y siguen dándole forma a eso que llamamos el piedemonte: pequeñas planicies donde se han asentado precisamente las más importantes ciudades de la comarca. Nuestros lejanos antepasados, las comunidades indígenas, conocían ese ir y venir de las aguas, los tiempos de sequía y los tiempos de inundaciones. Es por ello que pusieron sus casas y centros ceremoniales distantes del río Cauca y solo recurrían a él para realizar sus tareas de pesca y caza.
Con la llegada de los españoles las gentes fueron olvidando la importancia de entender la lógica de la naturaleza, empezaron a tumbar los bosques, y a fundar caseríos en las zonas de riesgo. Sin embargo fue en el siglo XX cuando las cosas empeoraron porque en la idea de llegar a la modernidad se importaron las nociones de la rentabilidad y desarrollo, en la esperanza de alcanzar a los países ricos del norte. Para ampliar la frontera agrícola se secaron las lagunas, se hicieron terraplenes para las carreteras, se construyeron diques para obligar a los ríos a cambiar de curso y se creó, como una gran importación gringa, la CVC para agilizar el proceso. El resultado fue el encarecimiento de las tierras, el empobrecimiento de los pequeños campesinos que se dedicaban a la horticultura y con la expansión del monocultivo de la caña de azúcar lograron los terratenientes la homogenización del paisaje. Atrás quedaron los tiempos en que las gentes de la región transportaban sus mercaderías por el río, desaparecieron el champán, muchas de las lagunas que servían de hogar a cientos de especies, los navíos a vapor y la pesca, porque el Cauca perdió su esplendor. 
Hoy ya no es una vía fluvial, estrangulado entre “jarillones” y diques solo tiene un respiro cuando logra desbordarse para buscar sus madreviejas. 
Doningo Largo, cerca de Cali
En la lógica de la rentabilidad capitalista nuestro principal afluente está envenenado por los miles de productos industriales, por los desechos humanos y sus orillas han sido invadidas, para sembrar caña y para estimular la especulación urbanística. Total, el río es visto por muchos como una enorme cloaca estorbosa. Pero como el ultraje del hombre no puede borrar millones de años de historia, el rió cada cierto tiempo nos demuestra que ahí está presente, con su fuerza transformadora, se crece intempestivamente, busca sus viejo cause, alimenta sus lagunas y con ello en infinita alegría permite que se reproduzcan en medio de juncos los insectos, los patos, las garzas, los renacuajos y miles de especies más. La experiencia de los últimos meses nos indica que debemos volver a mirar “nuestra espina dorsal” porque por fortuna aún es fuente de vida no solo para los pequeños animales sino también para cientos de personas que luchan tenazmente contra la pobreza. Ahora bien, para no dejar que mis palabras suenen mero discurso, quiero contarles que en días pasados me fui de turista al extremo sur de departamento, a conocer el Paso de la Balsa. En ese pobre caserío se adelantan, desde las primeras horas del día, bajo el sol intenso y el implacable ataque de los mosquitos las labores de extracción de la arena. Entusiasmado con tan animado espectáculo que presenciaba, me dediqué a tomarle fotos a los caballos las volquetas, las barcas, los perros, las gallinas y a los pequeños montículos de tierra. Un paraíso para pintores, me dije yo!. Don Álvaro, uno de los trabajadores muy amablemente me permitió subir a una de las barcas y luego de navegar por unos minutos pude compartir con ellos la experiencia de dragar el lecho del río.

El paisaje era hermoso, anclados en medio de las aguas veía a la distancia retazos de bosque, pasaban las aves y los pescadores e iban y venían sin cesar las embarcaciones areneras. Entonces me di cuenta que gracias a los areneros el río no causa mas estragos en el valle y muchas personas pueden contar con una casa digna donde vivir. También me encantó el paseo porque en ese punto de nuestra geografía se siente una parte de la verdadera Colombia, pues la presencia de la tropa nos indica la existencia de un conflicto social intenso, los camiones circulan por la panamericana para recordarnos que enterramos el ferrocarril y la naturaleza del trópico se puede apreciar entre arrozales y cañaduzales. De manera que mientras río abajo algunos sufren por el río y sus aguas contaminadas, ahí de él viven los pescadores, los areneros y los que navegan arrastrados por la corriente en sus “botes” de guadua.
Transportando la guadua

miércoles

DÉCADAS DE IMPUNIDAD

EL PALACIO DE JUSTICIA

La tortura fue la reina y señora en los tiempos de Turbay, La masacre y la desaparición en los tiempos de Betancur, Después vinieron el accionar del para-Militarismo y con Santos los "Falsos Positivos" reinó en el mandato de Uribe. Y nos dicen que la justicia existe, se acata y se respeta en Colombia !!!
Tras las condenas proferidas por los jueces de la república frente al caso de los sucesos del Palacio de la Justica, la oligarquía militarista se encuentra supremamente dolida: Los periodistas prepago derraman tinta y saliva, los militares piden fuero para sus desafueros, los expresidentes tiemblan y rechazan la Corte Internacional y los senadores piden la defensa de la institucionalidad.
Pero qué pocos hablan de los desaparecidos, del dolor de sus familiares, de las décadas de impunidad... porque la vida de los ciudadanos comunes no vale nada ante la lógica de un Estado sólo actúa en función de la defensa de los intereses de la pequeña casta gobernante. La patria y la democracia están por encima de todo.