Soy un postadolescente que nació
en Cali en 1960 y como aun quiero vivir en un país mejor, hacer y aprender mil
cosas nuevas me considero un joven, pero de esos que están molestos y no se
tragan el cuento de que “Cali es la sucursal del cielo”.
Les voy a contar porqué estoy
molesto. Nací en una familia de padre con salario mínimo y, como toda mi vida
creí que era posible llegar a tener un trabajo estable, me puse a estudiar con
un millón de sacrificios hasta lograr el doctorado que me otorgó el Estado
Español. Sin embargo, el trabajo soñado nunca llegó porque en la ciudad de
Cali, en este “Valle invencible” las puertas solo están abiertas para los que
son descendientes de las familias ilustres y para los que saben arrastrarse en zalamerías
con las roscas politiqueras o mafiosas. De milagro duré 15 años como profesor a
destajo en la Universidad del Valle con uno o dos cursos por semestre hasta que
me dio por poner en práctica el pensamiento crítico y dármelas de creativo e
innovador con mis ideas. Fue entonces cuando me dejaron cesante para que me
convirtiera en filósofo urbano, pues ya se imaginará el lector que un profesor
así, tampoco tiene cabida en una universidad privada.
Yo he sabido canalizar mi rabia
haciendo mandalas, haciendo caricaturas para medios como las Dos Orillas; he
podido escribir varios libros y salgo con mi banderita de Univalle a cada
marcha de protesta que organizan en defensa de la educación pública. Pero viene
la pregunta clave: ¿cuáles son las opciones que tiene el ciudadano del común,
el que a duras penas cuenta con educación primaria, para canalizar su
descontento ante una sociedad tan corrupta e injusta como la nuestra?
Unos optan por guardar silencio para
sobrevivir en medio de la ilegalidad o la informalidad; otros se dedican a la
delincuencia; están los que terminan refugiándose en la alienación del alcohol o
la marihuana; y ahí están los que han salido a la calle a gritar que están
cansados. Pero los defensores de la moral pública, “las gentes de bien” y los
prepagos de “la prensa libre” quieren que, ante una realidad tan opresora de
miseria y asesinatos oficiales o extraoficiales, la gente salga a las calles a
protestar como verdaderos gentleman, caballerosos,
perfumados con banderitas blancas y haciendo “expresiones culturales”.
Pues no. Así no funcionan los
pueblos. Ellos aguantan y aguantan hasta que un día revientan en mil formas de
protesta, arbitrarias o de organización comunitaria. Generalmente quienes
llevan la batuta son los jóvenes porque más tienen la ilusión del cambio, la
salud y la fuerza física para correr o pelear en las barricadas. En este Paro
Nacional quienes más han estado activos son los jóvenes, porque la pandemia
obliga a los mayores a cuidarse, en Cali ellos soñaron con un cambio en las
pasadas elecciones y perdieron en lo nacional con el subpresidente Duque, pero
también porque muchos adultos mayores se mueren de la vergüenza por haber elegido
y reelegido gobiernos paramilitares y de mafiosos. ¿Con qué cara van a salir
ahora a pedir el cambio, a reclamar un mundo mejor?
En Cali la sensación de rabia es
inmensa por la distancia que hay entre ricos o mafiosos y la masa de pobres,
desempleados y sin oportunidades de educación. Porque desde los tiempos de la Colonia
son las mismas familias de propiedades incestuosas o neocoloniales, las que se
reparten la torta del Estado y tienen a su servicio a las fuerzas armadas. Pero
eso no es todo, el invento de la división social por estratos socioeconómicos,
ha creado y profundiza cada día más la estructura urbana de ghettos, tanto que por eso hay barrios
para la gente de bien, con sus iglesias y parques elegantes y barrios donde la
gente pobre tiene que vivir hacinada, en medio de la violencia y sin áreas
verdes, como en el Oriente y en las zonas de ladera. Igualmente recordemos que
a todos nos venden la idea de que la felicidad y el éxito están en el consumo
de productos ostentosos como carros, motos, aviones particulares, pero como no
existe el camino lícito para llegar a ellos, lo único que siembran los
publicistas es rabia y frustración.
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Recordar que es mejor hacer el amor y no la guerra |
Ahora bien, para tratar de aplacar a la gente en semejante encrucijada de bloqueos y muertes por represión, al señor subpresidente se le ha ocurrido la idea de salir con el cuento de matrícula cero para los estudiantes de estratos 1, 2 y 3, pero por esa vía se profundizará la discriminación y no se soluciona el problema estructural de la educación superior como derecho universal. También en medio de esta crisis viene en aumento la idea de seguir repartiendo subsidios con sabor a soborno y algunos nos hablan de la necesidad de crear una renta básica, pero yo no creo que a los jóvenes les anime la idea de vivir de la caridad del Estado parqueados en la casa; ellos lo que quieren es un trabajo y contar con la posibilidad de tener algo estable para construir futuro. Por su puesto que no habrá puestos de trabajo con oficina para los que se crean doctorcitos, pero hacer algo por la comunidad es mejor que no hacer nada.
Eso de construir un mañana mejor
o soñar con que cada ciudadano mayor de 65 años tenga derecho a una pensión pequeña,
son cosas que se pueden hacer desde el Estado, otra cosa bien distinta es que
el empresariado o la casta dirigente, que hace lo que se le viene en gana con
la masa pasiva, lo permitan.