 |
Hoy, como siempre el objetivo es hacer dinero |
No sabemos con exactitud cuándo
comenzó la guerra de los ricos por someter a los pobres y lo más triste parece
ser que primero acabaremos con el planeta antes de terminar con esa
confrontación. Digámoslo de otra manera: el deseo por gobernar el mundo es algo
que siempre han acariciado los codiciosos y parece que ya casi lo consiguen a
través de la famosa globalización, que extiende sus tentáculos con aparatos
como la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, la OCDE, la OTAN
etc. Solo hay un pequeño problema y es que al paso que vamos destruyendo la
naturaleza, no habrá de donde sacar más riqueza, ni nada que gobernar.
Ahora que se puso de moda hablar
de Ucrania, olvidando lo que pasaba en Donbas, recordemos por ejemplo que a los
franceses en 1812 le tocó salir corriendo de Rusia por andar buscando allá lo
que no se les había perdido. Luego los grandes capitalistas se fueron al África
a repartirse lo que era de los negros. Posteriormente los alemanes organizaron
la Gran Guerra (primera) para ver con qué se quedaban de Europa y llegaron a atacar
al imperio zarista. Como los comunistas se tomaron el poder en Rusia en 1917,
los Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, mandaron sus tropas a combatir al
ejército rojo, pero Trosky los sacó pitando. En 1941 volvieron los soldados de
los emporios industriales alemanes a incursionar en territorio ruso, donde
mataron a varios millones de personas, hasta que fueron expulsados por Stalin.
A los pocos años los inversionistas occidentales ofendidos porque no podían
entrar a los Países del Este a montar sus negocios, organizaron la famosa
Guerra Fría con la OTAN para salvar la democra$ia donde lo consideraran
necesario, montar dictaduras y para acabar con los comunistas en todo el mundo,
incluidos los de Estados Unidos (Macartismo).
Con la desaparición de la Unión
Soviética y la disolución del Pacto de Varsovia muchos pensaron que se
produciría una paz duradera. Se creyó que con “el fin de la historia”, los
grandes empresarios podrían hacer negocios de maravillas y sin grandes
preocupaciones, pero no fue así porque ellos, en su afán de garantizarle
suministro de petróleo a sus industrias y gobernar el mundo, no dudaron en
utilizar a la OTAN y las Naciones Unidas para desintegrar a la antigua
Yugoslavia, invadir a Afganistán y luego a Iraq. Tampoco ha habido sosiego
porque otras naciones como Corea del Norte, Palestina, Irán o Cuba, no han
estado dispuestas a arrodillarse ante las amenazas y los bloqueos que les
imponen las “democracias occidentales” (léanse, dictaduras del capital).
Es verdad que todavía no tenemos
en propiedad un gobierno del mundo, pero se va constituyendo de la siguiente
forma: las oligarquías “nacionales” desde lo local nombran sus delegados ante
las entidades internacionales como el Banco Mundial, Banco Interamericano de
Desarrollo (donde trabajó nuestro subpresidente), la UNESCO, la Corte
internacional, Interpol, la Organización Mundial de Turismo, la Organización
Mundial de Salud etc. que trazan las políticas globales. Digamos que esos son los
aparatos burocráticos, pero también están los sujetos actuantes, es decir, los ministros
y los mandatarios de los Estados que obedecen las sugerencias o recomendaciones
que les dictan los multimillonarios como Luis Carlos Sarmiento o Bill Gates.
Para dar un ejemplo, en la UNESCO se teoriza sobre lo que hay que hacer para
alcanzar el “progreso” educativo, luego lo mismo se discute en la OCDE, los
ministros siguen las pautas y las instituciones las ejecutan, como sucedió con
el programa “Ser pilo paga” que se estructuró para beneficio de las
universidades privadas.
Las potencias de occidente que
son las que gobiernan, tienen dos mecanismos para hacer que las naciones de la
periferia obedezcan: el primero consiste en otorgarles reconocimientos, buena
prensa y premios u ofrecerles dinero condicionado en “ayudas” (como el Plan
Colombia) y el segundo consiste en imponerles sanciones, económicas o políticas
y darles garrote con sus industrias mediáticas.
De manera que estamos ante dos
paradojas: se ha cumplido, a la inversa, lo que tanto predicaba Marx, porque
pareciera que hubiese dicho: “capitalistas de todos los países uníos!”. Los grandes
empresarios están organizados en asociaciones muy influyentes y los
multimillonarios son recibidos en cada nación como si fuesen jefes de Estado, aunque
se han constituido en la mayor afrenta para la humanidad porque mientras miles
de millones de personas viven en la miseria, muchos de ellos ni trabajan,
simplemente se dedican a amasar sus fortunas, a especular o destrozar los
recursos naturales por simple vanidad, como hacen los del turismo espacial.
La otra paradoja de nuestros
tiempos es que cuando un multimillonario está del lado de los intereses de
Occidente, no se le investiga por el origen de sus dineros, y le hacen la
venia, sobre todo si son buenos anticomunistas, pero tan pronto como caen en
desgracia se les persiguen hasta quitarle sus bienes. Cuando los nuevos ricos
se adueñaron de las riquezas de Rusia, no hubo problema de hacer tratos con
ellos, pero ahora, hasta los presidentes y fiscales obedientes de las órdenes
que se dictan desde el imperio, se dedican a fustigarlos. Obviamente se
necesita tener un cerebro muy chiquito para caer en la rusofobia que hoy circula
por Europa, pero para todo hay gente, que lo diga sino, nuestro aún, flamante ministro
de guerra.
Nota final. Toda guerra es una
barbaridad que bien saben aprovechar los medios de comunicación amarillistas y
la industria militar para hacer dinero. El conflicto de Ucrania se inició hace
muchos años, sin que se hicieran los esfuerzos necesarios por evitarlo y ahora no
nos podemos dejar arrastrar por los discursos moralizantes porque lo cierto es
que si no se enfoca el asunto desde la geopolítica o del rigor de la historia,
no entenderemos ni se solucionará nada.