Conciliar
el interés o la comodidad personal con el bienestar general es quizás uno de
los retos mas difíciles que tiene que afrontar una sociedad. En la nuestra, la
filosofía predominante es “primero yo, segundo yo y los demás que se frieguen
con Jota, pero los avivatos no se dan cuenta que por ese camino, en realidad vamos
perdiendo todos. Para comprobarlo recordemos lo que pasa con el transporte y lo
que sucede en torno de la economía informal. ¿Sabe usted porque un taxista se
parquea justo donde hay una señal de prohibido hacerlo para evitar trastornos
al transito? Porque hay personas a quienes lo único que les importa es evitar
caminar unos metros. Hoy muchos creen que para ir cómodo al trabajo, lo mejor
es comprarse un carro, empero como al vecino, que no quiere quedarse atrás se
le ocurre la misma idea, logramos que los impuestos se vallan en puentes y
autopistas, contaminamos el medio ambiente, sufrimos de estrés por los trancones
y conseguimos que los alcaldes no hagan más que preocuparse por la moda de la
“movilidad”.
A
mi vecino que ahora padece intensos dolores estomacales le dije: “es que en la
calle no se compra nada de nada”, a lo cual me respondió que no se podía ser
tan radical y hay que ayudar a los pobres. Después de escuchar tan hermosa
expresión de “Ayudar a los pobres…” tengo la impresión de que algo no me
cuadra. ¿Cuando alguien compra en la calle lo hace para ayudar, o buscando la
comodidad o la economía personal? ¿Será que solo fueron mis oídos los que
escucharon las historias de vendedores callejeros que utilizan sus puestos para
el microtrafico, la reventa de productos robados y la inteligencia de los
fleteros? Seguro que son una minoría, pero, veamos las cosas de otra manera ya que
el discurso sobre los desamparados está como desactualizado. Antaño a los
pobres se les representaba como flacos, con los pantalones rotos, sin zapatos y
ojerosos, ahora muchos de ellos gracias a ciertas picardías que provoca el
asistencialismo tienen SISBEN, sobrepeso, zapatillas de marca, una moto y
teléfono de última generación. Ahora que si insiste en ayudarlos le pregunto: ¿a
usted le gustaría que mañana un vendedor de frutas le destrozara el antejardín
de su casa, le dejara basura y tomara energía o agua de su contador? Don Robert
dice que estoy exagerando, como si eso no sucediera casi en cada esquina y
sobre todo en diciembre cuando florecen los vendedores de sombreros y fritanga
que dañan las zonas verdes, dejan sus desperdicios en la calle, engrasan los
andenes y roban energía del poste más cercano. Así es como el espacio público va
dejando de existir para satisfacer las crecientes necesidades de ese “micro
empresariado”. Por supuesto que eso sucede por que hay quienes les compran. Lo
peor es que al lado y al interior de muchas entidades oficiales, como oficinas,
escuelas, hospitales y universidades los que se dicen pobres roban energía y
tienen servicio de vigilancia y recolección de basura gratis porque no faltan
los funcionarios que quieren hacer caridad con los bienes del Estado.
Los
más grandes avivatos de este país son los miembros de esa oligarquía que se ha
tomado las instancias del gobierno para legislar a su favor y defender, sus
intereses dentro y fuera del país, pero que no se nos olvide que hay otra
enorme cantidad de avivatos que andan por la ciudad haciendo toda clase de
trapisondas para salir de la nueva
pobreza, la de quienes, gracias a la sociedad de consumo, se consideran
desdichados por no tener avión propio, un yate y la posibilidad de ir cada año
a Miami o a las Europas.
Para
terminar he de decir que si la mayoría de los ciudadanos de este país se siguen
rigiendo sobre la lógica de defensa de la comodidad y el interés personal, el
despelote nacional destrozará el cuento del progreso social y la paz.